"Opening night" (1977)

Esta que aquí se comenta, es otra de las fascinantes películas que trata de la representación o interpretación actoral y su mezcolanza, confusión, integración o, finalmente, metamorfosis de los intérpretes con sus personajes. “Opening night” es una ocasión para colarse en los entresijos del estreno de una obra teatral, mirar por el ojo de la cerradura a la producción de un drama escénico, ser testigo de los conflictos, inseguridades, tensiones, afectos y, sobre todo, de la pasión por sacar adelante el juego escénico que transmita la ansiada emoción al público expectante. Ya, parte de todo ello, se ve en el originalísimo y fantástico trabajo de Louis Malle, en “Vania en la calle 42”. Pero, previamente, y de la manera más rotunda y humorística en “Ser o no ser” de Lubitsch, o también, entre los bombazos alemanes que caen en los ensayos de “El amor en su lugar”, de Rodrigo Cortés.

John Cassavettes y Gena Rowlands son el pilar sobre el que se sustenta la narración de “Opening Night”, acompañados del siempre convincente Ben Gazzara. Una Rowlands que, en el papel que representa, puede recordar a la Bette Davis de “Eva al desnudo” y, de manera más contenida a la Gloria Swanson de “El crepúsculo de los dioses”. Pero para adentrarse aún más en esa especial relación entre ambas artes, nada mejor que el ameno e interesante libro de Anxo Abuín González, “El teatro en el cine”, en el que se citan más películas análogas, y en el que hace referencia, concretamente, a la secuencia que Pedro Almodóvar incluyera en “Todo sobre mi madre”, que reproduce un momento clave de la propia “Opening Night”.

El desdoblamiento de los actores, cómo influyen los acontecimientos emocionales en la vida personal de los profesionales de la interpretación, tanto en un ámbito, el escenario; como en el día a día, como persona que evoluciona y se mezcla con los demás mortales. En este último espacio, cabría añadir otra dimensión subjetiva, ya que no somos nosotros los mismos individuos, cuando “actuamos” en público, que en el momento en el que nos desarrollamos en un ambiente más íntimo, privado. Con plena desinhibición.

Lo reseñado conllevaría a que, si ya, nosotros, como actores legos, representamos un papel en la vida, una personalidad; los actores y actrices suman tres (o más) personificaciones en un momento determinado. En cualquier caso, el estado ideal sería aquel en el que, a partir de la propia naturalidad de cada cual, conformáramos un único ser, y aprovecháramos el trabajo de los artistas para zambullirnos en una obra de teatro o en una película, dejando a nuestra imaginación multiplicarnos en otros tantos personajes y, así, poder imbuirnos en los relatos que nos ofrecen. Y, por supuesto, sería replicable también para el universo de los libros. Algunos de ellos, por cierto, con refinadas alusiones teatrales.

Libros como “La corte de Carlos IV”, el segundo de los “Episodios Nacionales” de Galdós, en el que se narra con extraordinaria brillantez el estreno de “El sí de las niñas”, de Leandro Fernández Moratín, en el teatro de la Cruz, en 1804. Los embrollos del teatro por dentro, y la asistencia a la representación del protagonista Gabriel, acompañando al ácido y desastrado poeta detractor de Moratín. La definición que hace Galdós del bardo, por medio de Gabriel, es antológica: “No recuerdo su nombre, aunque sí su figura, que era la de un despreciable y mezquino ser constituido moral y físicamente como por limosna de la material Naturaleza.

Otro libro es la estupenda novela de Unamuno, “Amor y pedagogía”, en el que, preconizando las virtudes de la comedia en su concepción más amplia, se puede leer algo como esto: “Y siendo lo cómico una infracción a la lógica y la lógica nuestra tirana, la divinidad terrible que nos esclaviza, ¿no es lo cómico un aleteo de libertad, un esfuerzo de emancipación del espíritu? 

Finalmente, Juan Mayorga, en un ejercicio creativo de teatro en el teatro reflexiona en su obra, “El crítico”, a través de Volodia, el personaje que da nombre al título: “Criticar el teatro es lo más parecido a criticar la vida. La vida está llena de mal teatro. Malos actores, eso es lo que veo por todas partes. Del teatro espero la verdad. ¿De qué sirve el teatro si no pone ante nosotros aquello que nos ocultamos? ¿De qué sirve si también él se entrega al enmascaramiento del mundo?


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