"Extramuros" (1985)

A partir de la novela de Jesús Fernández Santos de igual título, que fue Premio Nacional de Literatura en 1979, Miguel Picazo (magnífica la adaptación de “La tía Tula” unamuniana) rodó la que fue su última película, “Extramuros”, y que dedicó a su madre.

Con guion del propio Picazo, “Extramuros” contó con el trabajo de notables profesionales del cine español, tanto en el equipo técnico, como en el elenco de intérpretes. En cuanto al primero, cabe destacar entre otros a José Nieto que participó en la dirección musical y a Teo Escamilla en la fotografía. Y, entre los intérpretes, la presencia de Antonio Ferrandis, Manuel Alexandre, Aurora Bautista, Amparo Valle, y unas jóvenes Carmen Maura, Mercedes Sampietro y Assumpta Serna.

El relato narra un episodio acontecido en un convento durante el reinado de Felipe II, en el que se ven involucradas dos monjas a las que les une una estrecha y afectuosa relación. El filme, minuciosamente ambientado, expone la inequívoca influencia del poder terrenal sobre el ámbito claustral religioso, así como las artimañas empleadas en éste para ganarse el favor de aquél, todo ello dentro de un fervor milagrero de los fieles practicantes.

A modo de lo que podría considerarse como precuela secuencial de las obras cinematográficas y literarias que aquí se citan, “Los domingos”, de Alauda Ruiz de Azúa, propone, a su vez, un planteamiento abierto e inteligente de una cuestión delicada y compleja cuando se aborda en el entorno familiar implicado: el proceso del discernimiento vocacional por parte de una adolescente que le llevaría a ordenarse monja y las difíciles situaciones que tiene que afrontar como consecuencia de su decisión.

Los domingos” se encuadra en el ámbito religioso, pero bien podría trasladarse la historia a cualquier otra decisión que se toma en edades tempranas y que determina la vida futura de los jóvenes. Las ilusiones, expectativas, sueños, quimeras que surgen durante el camino de cada cual, y que pueden fructificar o, no. En cualquier caso, y aun cuanto nos pese o podamos mostrar desacuerdo, cuando llega el momento de la gran decisión se tendrían que tener presentes las palabras de un tal Shakespeare: “No tratéis de guiar al que pretende elegir por sí su propio camino.

Es indiscutible que, desde la idealización y las perspectivas optimistas que impregnamos a los distintos retos que proyectamos, más pronto que tarde somos protagonistas de los vaivenes, baches y caídas que hacen darnos cuenta de que no todo es tan sencillo a como en un principio se intuye. Esto se aprecia nítidamente en “Extramuros”, y en otras películas como “Las hermanas de la Magdalena”, o la protagonizada por Audrey Hepburn, “Historia de una monja” (cuya escena final recuerda el epílogo de “Centauros del desierto”. Aunque se trata de dos entornos distintos, no dejan de ser viajes iniciáticos de sus respectivos protagonistas).

El proceso vital de las religiosas ha sido, en todo momento, peculiar, llamativo y pintoresco (véase, en este sentido, la controvertida fotografía de Pierre Belhassen, tomada con su Leica en Roma, en 2019). Galdós lo retrata, de forma sublime, en “El voluntario realista”, en la segunda serie de sus “Episodios Nacionales”, ubicando el relato en el convento de San Salomó de las madres dominicas, en Solsona. Y, más concretamente, en el vínculo afectivo entre sor Teodora de Aransis y Pep Armengol (llamado cariñosamente Tilín por los vecinos de Solsona, debido al robo de las campanas del convento durante el asedio de los soldados franceses de Napoleón en 1810 y la única subsistencia de un “menguado esquilón”).

En un momento dado, el narrador, al detallar el comportamiento de la monja, señala: “Así como las evoluciones de la vida física parece que sustituyen un ser con otro al verificarse el paso más importante de la edad, así el alma de la señorita de Aransis mudó de aficiones y de ideas. Su vocación había sido, dicho sea sin irreverencia, como esos amoríos juveniles tan parecidos a los fuegos artificiales, que se desvanecen después de haber sonreído y estallado en la oscuridad, y no dejan tras de sí más que ceniza, humo, sombras.

También Valle Inclán, en “Las memorias del Marqués de Bradomín”, en la “Sonata de Estío”, añade una pincelada a este respecto, describiendo la postura de la Madre Abadesa del Priorato de las Comendadoras Santiaguistas, acerca de la cohabitación del Marqués de Bradomín y la Niña Chole en el propio convento: “- Para Nuestro Señor Jesucristo merecen igual amor las criaturas que junta con santo lazo su voluntad que aquellas apartadas de la vida mundana también por su Gracia…Yo no soy como el fariseo que se creía mejor que los demás, Señor Marqués.

Por otra parte, es interesante la lectura del opúsculo “Cartas de la monja portuguesa”, de Mariana Alcoforado (aunque su autoría es controvertida). La religiosa, cuya vida transcurrió desde la mitad del siglo XVII hasta bien entrado el XVIII, perteneció al convento de la Concepción de Beja, en el Alentejo, y mantuvo una relación sentimental con el conde Chamilly, capitán de la caballería francesa. Derivada de la misma se encuadra el texto apasionado que apareció el año 1669 en París, del que se extrae esta muestra: “¡Ay! ¿Por qué no queréis pasar conmigo toda vuestra vida? Si me fuera posible salir de este desgraciado claustro, no esperaría en Portugal el efecto de vuestras promesas: sin ningún comedimiento iría a buscaros, os seguiría y os amaría en todas partes del mundo. 

Y, un poco antes en el tiempo, en pleno Siglo de Oro, transcurrió la vida de la sin par Catalina de Erauso y Pérez de Galarraga, más conocida como la Monja Alférez, cuya imparable y rocambolesca carrera (digna de ser conocida), fue narrada por ella misma, aunque la autoría de lo publicado también se haya puesto en tela de juicio.

De todas las maneras, y sin perjuicio de las verdaderas vocaciones a las que son llamados algunos seres privilegiados, todos podríamos aportar nuestro granito de arena para una mayor contribución activa a hacer una sociedad más habitable, sin necesidad de tener que vestir el hábito. Es más, Cervantes ya puso en boca de Don Quijote que “el agradecimiento que sólo consiste en el deseo, es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras.” Y, por ello, y sin que suponga mayor esfuerzo; qué sano seguir y practicar siempre el consejo de una de las religiosas más ilustres e inquietas que han existido, la Madre Teresa de Calcuta: “No debemos permitir que nadie se aleje de nuestra presencia, sin sentirse mejor y más feliz.

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