"Reencuentro" (1983)

Lawrence Kasdan, de la misma generación artística que Spielberg y Lucas, ha aportado una filmografía muy interesante a lo largo de su carrera (salvo excepciones puntuales, como sería el caso de “El guardaespaldas”). 

Mucho menos “aventurero” en sus creaciones como director que los citados colegas (no así en su labor de guionista), en este título que se comenta se pueden encontrar dos características muy atractivas para una narración dramática: la complicidad y confianza que surgen de las viejas amistades, por un lado; y, por otro, la reconstrucción imaginaria de un personaje ausente.

Ejemplos de dicha afirmación surgen por doquier, pero por justificar el aserto con contundencia, ahí está la legendaria “El hombre que mató a Liberty Valance”, con una de las señas de identidad de Ford presente en casi todas sus películas: la nobleza que reinaba en el ambiente, dentro y fuera del rodaje.

También Carol Reed utilizó el comentado recurso narrativo magistralmente en "El tercer hombre", en donde la tardía y sorprendente aparición de un Harry Lime encarnado en la siempre enigmática y seductora figura de Orson Welles (óigase de fondo la cítara de Anton Karas, por favor), es uno de los momentos cumbre del cine.  

Una muestra de lo proclamado en el ámbito literario es “El último encuentro”, la extraordinaria novela de Sándor Márai en la que el autor húngaro confronta, más de cuarenta años después de haberse reunido por última vez, a dos ancianos compañeros de regimiento para intentar desnudar una verdad que permanece soterrada (posteriormente, Fred Uhlman escribiría una obra con el mismo título de la película de Kasdan y que está ambientada en la Alemania nazi).

Y, por supuesto, en las adaptaciones teatrales de los emocionantes monólogos de Miguel Delibes, “Cinco horas con Mario” y “Señora de rojo sobre fondo gris”, hay un reencuentro espiritual con el personaje principal que no está sobre las tablas.

Kasdan, de igual forma, sabe conjugar ambas particularidades de manera excelente aglutinando, en esta ocasión, a un elenco promocional soberbio en el ascenso a su cúspide interpretativa (Glenn Close, Kevin Kline, William Hurt, Tom Berenger o Goldblum), aprovechándose de una extraordinaria banda sonora y de un diseño de producción que se enaltece con la preciosa mansión sureña que sirve de punto de encuentro de los amigos que en su época estudiantil fueron coetáneos de la Marcha sobre Washington. En ese contexto, los recuerdos y evocaciones fluyen y perviven como un canto a una vida vivida en toda su intensidad.

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