“Vania en la calle 42” (1994)

“Donde haya magia, fantasía y público, hay teatro.” Son las palabras que salen de la boca del personaje interpretado por Gary Merrill en “Eva al desnudo”, un director teatral que lidia, por un lado, con una actriz de vuelta de todo (Bette Davis) y, por otro, con una arribista dispuesta a sacrificarse, pero sin desdeñar para ello las tácticas más perversas y escabrosas (Anne Baxter).

Dejando de lado las pullas entre bambalinas, el teatro y sus circunstancias han dado grandes momentos al cine y “Vania en la calle 42” es, sin lugar a duda, uno de los mejores tributos cinematográficos que se pueden encontrar a este arte engendrado por los inquietos mosqueteros griegos, Sófocles, Eurípides y Esquilo. Luego aparecería Shakespeare, que serviría de inspiración a Joseph Mankiewicz para fabricar esa joya que es “Julio César”.

Pero, centrando el interés sobre la película que se comenta, cabe reseñar que la recreación de montajes teatrales, que es de lo que trata, ha dado mucho juego en la pantalla con resultados soberbios, ya sea con trasfondo bélico (“Ser o no ser” de Lubitsch), político (“Abajo el telón” de Tim Robbins”), carcelario (“César debe morir” de los hermanos Taviani), e incluso en clave de comedia (“¡Qué ruina de función!” de Peter Bogdanovich)

Louis Malle, brillante director francés, amalgamado o permeable a influencias estadounidenses como consecuencia de no ser profeta en su tierra en las postrimerías de su carrera, aportó como canto del cisne esta excepcional obra en la que aúna la cultura europea y americana, un ejemplo de cosmopolitismo en su más amplia acepción (si se quiere profundizar más en este concepto, nada mejor que leer el sublime ensayo de Orlando Figes, “Los europeos”).  

La esencia rusa de Chejov, pasada por el filtro sutil de David Mamet, entra de rondón en el ruinoso y decadente teatro Nuevo Ámsterdam de la icónica calle neoyorquina para ser insuflada por el director galo a los intérpretes, que ensayan de manera informal mecidos por la música embriagadora de Joshua Redman (qué acontecimiento mágico también aquél en el que Miles Davis improvisó la banda sonora de “Ascensor para el cadalso”, otro peliculón del propio Malle).

Parece ser que, en la preparación de las secuencias, los actores proponían aportaciones personales al guion, pudiéndose entender perfectamente entonces que la banda sonora se apoyara en la libertad jazzística de Redman. En ese caso, sería muy interesante tener acceso a los entresijos del rodaje, el making of, pero eso es ya otra historia…


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