“Amanecer” (1927) con interpretación musical del Trío Arbós & Friends
Casi un siglo después de su
estreno, “Amanecer”, de Friedrich Wilhelm Murnau, no ha perdido un ápice
de su fuerza dramática, ni de su atracción visual. Lógicamente, el paso del
tiempo y el progreso experimentado por la técnica, subrayan los primitivos y
precarios medios que fueron empleados para la creación de una de las películas
que está considerada como de las mejores de la historia del cine.
La oportunidad de volver a
asistir a la proyección del filme en pantalla grande y con música en directo se
debe al trabajo, esfuerzo y, en definitiva, buen hacer del equipo que organiza
el ciclo de cámara del Círculo de Bellas Artes. Al margen de la programación ad
hoc, nutrida fundamentalmente del repertorio camerístico de compositores de
campanillas a través de intérpretes de élite, siempre se ha mantenido un hueco
para la combinación de cine y música. En este espacio se han podido contemplar
las evoluciones de Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd, entre otros, con
el acompañamiento siempre certero del Trío Arbós.
“Amanecer” es un relato de
tentaciones, de arrepentimiento, de perdón y, principalmente, de mucha
redención. Un episodio turbulento de la vida de un individuo en el que su
conversión, por medio de esforzados y sacrificados comportamientos, se genera a
partir del reconocimiento del error (y el horror) en la toma de una mala decisión.
Murnau, uno de los relevantes pioneros cinematográficos, experimenta y avanza
en el perfeccionamiento del nuevo arte con una historia muy humana y con una
puesta en escena sumamente elaborada. Llama la atención la secuencia del parque
de atracciones, en la que la escenografía y la intervención y el control de un notable
número de extras, denotan la exigente y ardua tarea que se debió llevar a cabo
para la consecución de la mencionada secuencia.
George O’Brien y Janet Gaynor
representan al matrimonio protagonista de la narración, cuya armonía se ve
turbada por la aparición de una mujer de la ciudad, Margaret Livingston, que
decide ejercer su nefasta influencia sobre un voluble O’Brien. Éste, como si de
un Caronte se tratara, invita a una ilusionada Gaynor a una excursión fluvial
en barca, desconociendo que en realidad estaba encaminando sus pasos hacia un
tenebroso Hades. Transcurridos unos cuantos años, otra pareja del celuloide
emprendería una senda parecida con un resultado mucho más desafortunado. Se
trata, por supuesto, de la travesía de Montgomery Clift y Shelley Winters, en
la que se vislumbraba la figura de una tercera parte en discordia, Elizabeth
Taylor. Me estoy refiriendo, claro, a otra maravilla como es “Un lugar en el
sol”, de George Stevens.
En “Amanecer”, uno de los
momentos emocionalmente álgido y conseguido se encuentra justo después de
haberse alcanzado ese cénit argumental que se ha mencionado. Es, concretamente,
la asistencia del matrimonio a una ceremonia religiosa, en particular, una
boda. Pero es preciso aclarar que no acuden en calidad de invitados, sino como
meros observadores espontáneos, pasajeros en un túnel del tiempo que les permitirá
recordar y valorar el sentido de las decisiones que fueron tomadas en un tiempo
pretérito.
Ya, en el tramo final de “Amanecer”,
se podrían encontrar igualmente reminiscencias de “La palabra” de Carl
Theodor Dreyer (otra cumbre), en el que el canto y exaltación de la vida está
presente, sobre todo, cuando se ha conocido el verdadero amor, con todo lo que
ello conlleva. Ya lo dejó escrito Lope de manera contundente: “La raíz de
todas las pasiones es el amor: de él nacen la tristeza, el gozo, la alegría y
la desesperación.”
Comentarios
Publicar un comentario