“El aficionado” (1979)
Estar en el momento justo en el
lugar adecuado y obtener la consiguiente recompensa. Eso es lo que acontece con
el impactante plano con el que se inicia “El aficionado”: un ave de
presa en el momento en el que da caza a una despreocupada gallina. Ese es el logro
que se lleva la paciente persona que rodó las citadas imágenes.
Y así se podría afirmar que está
construido el destino de los individuos afortunados, porque para el de los
desdichados está escrito en las estrellas que su ubicación les pilló en los
sitios más inapropiados.
El cine de Krzysztof Kieślowski
es tan abierto y libre que cualquier espectador puede decidir si el
protagonista, Filip Mosz (Jerzy Stuhr), estaba realmente donde debía estar, o
su lugar no era el idóneo cuando confluyeron su recién estrenada paternidad y
el deseo de inmortalizar esos ilusionantes momentos con la cámara que se había
comprado con el sudor de su frente.
Mediante una puesta en escena con
tintes neorrealistas, sin ornamentos, acorde al entorno modesto en el que se
desarrolla la vida de Mosz y, en general, al universo en el que suele moverse Kieślowski
en la práctica totalidad de sus películas, el propio Stuhr junto con el
director polaco, elaboran un guion en sintonía con el citado diseño de
producción.
“El aficionado” se
encuadra en ese género tan atractivo como es el cine dentro del cine, con
ejemplos tan atractivos como “Cautivos del mal”, “La noche americana”,
o la entrañable “La rosa púrpura del Cairo” (por supuesto que “Cantando
bajo la lluvia” sería la cima). Tanto es así, que se incluye un cameo del
prestigioso cineasta Krzysztof Zanussi que ayudó en las postrimerías de su
carrera a Kieślowski a construir la aclamada
trilogía: “Azul”, “Blanco” y “Rojo”.
El planteamiento de “El
aficionado” es brillante, pergeñando la dicotomía tan universal y
recurrente entre la llamada de una vocación y su defensa apasionada contra
viento y marea por el interesado, exponiéndose la homérica senda de semejante
tarea: la pérdida del norte familiar, el reconocimiento a su trabajo por parte
de personas en horas bajas, o la confrontación con los que deciden, en suma, con
la autoridad, en el esfuerzo titánico por buscar la excelencia en los proyectos
profesionales.
Kieślowski filma el epílogo de
manera magistral y originalísima, con un primerísimo plano de Sthur que, en última
instancia, trascenderá en el tiempo ya que, fuera ya de la ficción, éste último
logrará el reconocimiento público como director de cine casi veinte años más
tarde en el Festival de Venecia, con “Historias de amor”.
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