“En legítima defensa” (1947)
Medio siglo antes de que se
estrenara en España una entretenida película de Francis Ford Coppola de igual
título que el que aquí se comenta (el original, en ambos casos, no tiene nada
en común), Henri-Georges Clouzot rodaría, con minuciosidad y gran despliegue de
medios para aquellos tiempos, un thriller que fue reconocido en Venecia
con el Premio Internacional al mejor director.
Además, sería precisamente a
partir de esta película, cuando Clouzot encadenaría una serie de largometrajes
que le encumbrarían definitivamente en la cúspide de la cinematografía gala en
una época inmediatamente anterior a la irrupción de la Nouvelle Vague. Tales
cimas fueron “Manon” (1949), “El salario del miedo” (1953) y “Las
diabólicas” (1955).
La construcción narrativa de “En
legítima defensa” fue levantada por el propio Clouzot en compañía de Jean
Ferry a partir de un relato del escritor belga, S. A. Steeman (otra de las novelas
de éste fue también adaptada previamente por el director galo, concretamente, “El
asesino vive en el 21” (1942))
Clouzot, lector voraz de
literatura detectivesca, fue compañero generacional del enorme Jean Pierre
Melville, cuya filmografía está igualmente plagada de auténticas joyas del
género y ambos, a su vez, se anticiparon a la no menos estupenda carrera de
Claude Chabrol, Louis Malle o Bertrand Tavernier, por citar sólo tres ejemplos
de los numerosos autores de la misma nacionalidad que materializaron, en alguna
ocasión, un cine cinco estrellas en el citado segmento.
Si algo hubiera que destacar de “En
legítima defensa” sería, por un lado, el extraordinario encuadre en casi todas
las escenas, así como también una perfecta sincronía en la activación del
mecanismo de movilidad de los extras en las secuencias en las que era exigible
su presencia. Estas características ya serían por sí suficientes para
justificar el comentado galardón veneciano.
Y, adicionalmente, y ya en el
plano interpretativo, resalta de una manera muy notoria la aparición en el
ecuador del metraje de la personalidad arrolladora de Louis Jouvet en su papel
de policía judicial asignado al caso en cuestión y que clava esa actitud profesional
en el gremio de estar de vuelta de todo, con un desdén y una suficiencia que
desquicia a los sospechosos a los que investiga.
Es precisamente Jouvet quien suelta
la frase más memorable del guion, dirigida al ambiguo personaje de Dora, interpretado
por Simone Renant: “Usted me cae bien porque tenemos algo en común: nunca
tendremos suerte con las mujeres.”
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