“Más fuerte que la ley” (1949)
Andrew Sarris, en su exhaustivo,
pero, a la vez, condensado análisis del cine norteamericano, “The American
Cinema. Directors and Directions 1929-1968”, ya indicaba que el tiempo
vendría a hacer justicia y a colocar en el sitio que corresponde a Douglas Sirk,
como lo hizo en su momento con otro viejo zorro venido de Europa, Josef von
Sternberg. Así es, y sucede, por tanto, como con el buen vino.
Antes de que Douglas Sirk, nacido
Hans Detlef Sierck, se consagrase como personal y original autor de obras
melodramáticas, particularmente con sus últimas creaciones (“Sólo el cielo
lo sabe” (1955), “Escrito sobre el viento” (1956), “Tiempo de
amar, tiempo de morir” (1958) y, sobre todo, “Imitación a la vida”
(1959)), en sus primera incursiones pergeñó, a la manera de los grandes
pintores, lo que se podría considerar unos bocetos, entre los cuales se
encontraría “Más fuerte que la ley”.
Con la ventaja añadida de contar
como pareja protagonista con Cornell Wilde y Patricia Knight, marido y mujer en
la vida real (aunque a los dos años de finalizar el rodaje se separarían), Sirk
rueda una historia construida por Helen Deutsch y, según los títulos de
crédito, Samuel Fuller (aunque según el propio Fuller, nunca quiso que se le
relacionara con esta película). Como curiosidad, el propio nombre de Helen Deustch
coincide con el de una psicoanalista coetánea, especialista precisamente en
psicología femenina que, no en balde, es el trasfondo que aborda el título que
aquí se comenta.
Efectivamente, el enamoramiento
de Wilde y su consiguiente labor para redimir del lado oscuro a la teñida y
atormentada femme fatale, se asemeja de alguna manera a la infatigable y
sacrificada tarea del galdosiano Maximiliano Rubín por sacar a flote a
Fortunata de su licenciosa y turbulenta vida, tratando de limar las asperezas
adheridas en el ser amado, provenientes de su humilde extracción.
Al personaje interpretado por
Wilde, un supervisor de la libertad condicional de los presidiarios que salen
de cumplir condena y que hace lo humanamente posible por reinsertarles en la
sociedad, le llega a su despacho la despampanante Patricia Knight, convirtiéndose
en un caso muy especial. En este sentido, es muy brillante la secuencia inicial
en la que se ve la evolución de la fémina hacia el habitáculo del intachable
funcionario.
Si bien el final pudiera adolecer
de una sobredosis elíptica y una conclusión demasiado forzada para caer, innecesariamente,
en el terreno del buenismo (posible consecuencia de la indefectible
intervención de Columbia), el hecho es que, como he indicado, “Más fuerte
que la ley” debe apreciarse por el prolegómeno que desataría posteriormente
el estallido de color y pasión en la pantalla, marca registrada del propio
Sirk.
Aunque Tavernier y Coursodon pasasen
muy de puntillas en su imprescindible “50 años de cine norteamericano” al
hacer referencia escueta de esta película, la cita del principio de Sarris
termina siendo certera. Que se lo pregunten si no a Todd Haynes, que se inspiró
en Sirk para rodar la fenomenal “Lejos del cielo” (2002).
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