“Danton” (1983)

Esta Revolución había respondido, ciertamente, a un oscuro impulso milenario, desembocando en la aventura más ambiciosa del ser humano.

Una sentencia manifiestamente certera, extraída de la descomunal y apabullante novela de Alejo Carpentier, “El siglo de las luces”, en la que el sabio escritor cubano relata la extrapolación de la Revolución francesa a territorio caribeño, siendo uno de sus protagonistas el inquieto personaje histórico, Víctor Hugues.

Danton” bien se podría considerar uno de los títulos cinematográficos que mejor ha logrado plasmar el ambiente revolucionario francés, aprovechándose para ello de uno de los episodios más apasionantes que tuvo lugar, que fue el choque o encontronazo entre dos de los cerebros más lúcidos del gran revolcón político y social que aconteció en Europa a finales del siglo XVIII: Danton y Robespierre.

Andrzej Wajda, director polaco, adapta un drama teatral de Stanisława Przybyszewska, en cuya escritura participó Jean-Claude Carrière, colaborador habitual de Luis Buñuel y que, siete años después de esta película, redactaría el guion de una maravilla literaria: “Cyrano de Bergerac

Wajda, muy comprometido a lo largo de su carrera en los asuntos políticos de su país (de hecho, su cumbre es “El hombre de hierro”, con la participación de un carismático Lech Walesa), logró un sobresaliente diseño de producción en “Danton”, parcela importantísima y esencial en este tipo de cine y que, sin la consiguiente dotación económica, nunca podrían conseguirse resultados tan plausibles.

La contribución de los actores seleccionados para representar los principales papeles, Gérard Depardieu y Wojciech Pszoniak (como Danton y Robespierre, respectivamente), es sencillamente magnífica. En este sentido, los discursos del primero ante el tribunal que le juzga, y el que ejecuta Pszoniak ante la Convención, son de las secuencias más destacadas; sin que el resto desmerezca en absoluto, así como tampoco el trabajo del plantel de actores secundarios que acompaña a la pareja protagónica.

Si alguna distorsión hubiera que denunciar a la, ya de por sí, efectiva narración, sería concretamente la de su parte final, cuando Wadja decide incluir, una y otra vez, las imágenes de las testas que se desprenden de los que se desvían de los postulados de la Revolución (según el criterio maleable de los jueces que dictan el fallo). El rodar de cabezas de manera ininterrumpida, no aporta nada a una obra que, por lo general, brilla en todo su metraje y que no necesita de dicha visualización para darnos a conocer la funcionalidad obvia del artefacto seccionador (sería, en todo caso, un recurso más propio de la siempre impactante y truculenta filmografía de Darío Argento)

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