“El arpa birmana” (1956)

Partiendo de la premisa, generalmente admitida, de que el género bélico en el cine se puede considerar la propaganda antibelicista más persuasiva que se haya podido crear, innumerables serían los ejemplos que, en este sentido, se podrían encontrar y que atestiguarían el mencionado aserto (“Sin novedad en el frente”, “Senderos de gloria”, “Apocalypse now” …). Otro debate se abriría con algunos de los documentales firmados por la polifacética e inquietante Leni Riefenstahl.

El arpa birmana”, de Kon Ichikawa, por supuesto que se puede incluir entre las realizaciones cuyo desenlace es inapelable respecto a lo abominable y el horror de las contiendas originadas a lo largo de la Historia. Esta premiada película de Ichikawa, ambientada en el conflicto acaecido en territorio asiático, más concretamente, en los enfrentamientos entre el ejército japonés y el británico durante la Segunda Guerra Mundial, corresponde a una idea original de Michio Takeyama, adaptada a la pantalla por Natto Wada.

Más allá de su argumento principal, centrado en la conversión espiritual de un soldado japonés a partir de su violenta experiencia en combate, el hilo conductor de su guion es la melodía que extrae el infante del instrumento que le acompaña: un arpa. Y es que la conjunción de la música (sobre todo la clásica) y el cine bélico, supone la mejor alianza artística que se pueda oponer frente a la absurda destrucción humana.

En la retina queda “Platoon”, con la impresionante secuencia final ralentizada en la que a vista de pájaro (o, más correctamente, de helicóptero), se insertan planos de Willem Dafoe intentando escapar del infierno, todo ello acompañado del Adagio para cuerda, de Samuel Barber; o acordarse de la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, de Ralph Vaughan Williams, como trasfondo de la épica travesía de la fragata HMS Surprise que se relata en “Master and Commander”; o deleitarse en algunas de las edénicas imágenes de “La delgada línea roja”, mientras se filtra sigilosamente el pausado Requiem-in paradisum, de Gabriel Fauré.

Pero, retornando a la creación de Ichikawa, de la misma cabe ensalzar las enigmáticas y bellas localizaciones elegidas por el director nipón para contextualizar la leyenda narrada, así como el empleo de birmanos autóctonos extraídos de las poblaciones más antiguas de la región. En cualquier caso, creo que lo idóneo será terminar con el texto incluido en la carta que escribe el soldado-músico-converso, Mizushima, a sus antiguos camaradas y leído al final de la película por su superior jerárquico:

Franqueando ríos y montañas, enterrando un cadáver tras otro, me asaltan las preguntas. ¿Por qué tiene que existir una tragedia así? ¿Por qué este sufrimiento inimaginable? Con el paso de los días, lo he entendido. El porqué de las cosas está fuera del alcance del hombre. El único recurso que tenemos es actuar para mitigar el dolor del mundo. Afrontar con valor el sufrimiento, el sinsentido y la irracionalidad y, sin miedo, luchar por la paz y la serenidad. Para hallar la fuerza necesaria, me esforzaré hasta el final.


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