“El filandón” (1984)
Según la definición registrada
por la Real Academia Española, la expresión filandón, un localismo circunscrito
a la provincia de León, corresponde a una “reunión vecinal, invernal y
nocturna, en la que las mujeres hilaban y los hombres hacían trabajos manuales,
mientras se contaban historias.”
A partir de ese sano y maravilloso
hábito de exponer relatos, el director Chema Sarmiento en el orwelliano año
1984 se implicó de una manera muy particular en rememorar una de las costumbres
más enriquecedoras de la comarca de El Bierzo. Y es que Sarmiento, así como
también los narradores de los distintos episodios que se aglutinan en esta
única y enriquecedora película son leoneses de pura cepa.
La ermita de San Pelayo, ubicada
en la ruta entre Fasgar y el Campo de Santiago, es el punto de encuentro de cinco
grandes escritores y contadores de historias que son (por orden de
intervención): Luis Mateo Díez, Pedro Trapiello, Antonio Pereira, José María
Merino y Julio Llamazares.
¿Y por qué cinco? Porque según la
tradición, y así lo explica detalladamente el actor Magín Mayo en su papel de
santero o mayordomo de la ermita, cinco serían los días que el bueno de San
Pelayo logró entretener a Almanzor para que no hiciera de las suyas en
territorio cristiano.
El “hilo” de las narraciones
lo resuelve Sarmiento ambientando las mismas mediante una solvente interpretación
coral en el contexto rural adecuado, utilizando para ello las magníficas
localizaciones del entorno (Albares de la Ribera, Burbia y Mansilla de las
Mulas entre otras), y apoyándose para todo ello en un admirable equipo técnico.
El común denominador que rezuma
en los relatos que se presentan por cada uno de los participantes es el
carácter fantástico o quimérico de los mismos, muy propio de las leyendas y
mitos ancestrales que se solían transmitir de generación en generación.
Muy idóneo, por último, el
planteamiento del guion por parte de Sarmiento, que lo abre y lo cierra con la oportuna
incursión de Julio Llamazares, natural de Vegamián, una población que fue
anegada por las aguas como consecuencia de la construcción del embalse del
Porma que, para más referencias literarias, fue diseñado por el escritor (e ingeniero
de caminos) Juan Benet. La personal vinculación de Llamazares, su autoría
lírica y las fantasmagorías a las que suelen dar lugar las aldeas sumergidas
por la mano del hombre, desencadena el epílogo perfecto para “El filandón”,
un título merecedor de mayores honores.
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