“La balada del soldado” (1959)

Una preciosista mirada a través de la juventud, ingenuidad y nobleza de dos incipientes y agraciados muchachos rusos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, sin conservantes, ni colorantes (es decir, sin tendenciosidad alguna). Eso es “La balada del soldado”, Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, la segunda película que dirigió Grigori Chukhrai de su corta filmografía, y que contaría con la producción de Mosfilm, al igual que en su ópera prima, la magnífica, “El cuarenta y uno”.

Chukhrai, junto con Valentín Yezhov, elaboró un guion sobrio, pero a la vez detallista, que relata los pormenores del soldado Alyosha Skvortsov (Vladimir Ivashov) que, gracias a su valentía y arrojo, consigue de sus mandos un permiso para poder visitar a su madre, en el transcurso del cual da con la horma de su zapato en forma de tímida y honrada jovencita rusa, Shura (Zhanna Prokhorenko).

La espléndida fotografía en blanco y negro y la belleza de los rostros, realzada por unos primerísimos planos muy del estilo ruso de rodar (ya desde Eisenstein), no hace sino recalcar el carácter emocional de una narración cuya virtud se centra en la propia fuerza de su pareja protagonista que con este trabajo hacían su debut cinematográfico: Ivashov y Prokhorenko (¡qué pelo y qué trenza chiquilla!).

En esa tensión dramática cabe reseñar dos momentos que culminan sendos procesos de búsqueda y encuentro final durante el conflicto bélico, uno hacia la mitad del relato y el otro al final. Son casualmente dos abrazos que sellan una unión inquebrantable por mucha distancia interpuesta que pueda haber (se diga lo que se diga, no supone el olvido, aunque haya precisamente en la trama una deshonrosa excepción a este aserto). El primero de ellos es el que se dan Vasya, el personaje tullido, interpretado por Yevgeni Urbansky, y su novia; y el segundo, ya en el epílogo, el tan esperado apretón de cariño y felicidad entre la madre y el hijo.

Y trenes, muchos trenes. A los que nos entusiasma este medio de transporte es un gustazo para la vista poder deleitarse con el continuado desfile de imponentes máquinas rusas. No es, desde luego, una road movie, sino una train track movie, como puede serlo, sin lugar a dudas, ese homenaje a los ferroviarios franceses como es “El tren” de John Frankenheimer.


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