“La voz de la primera plana” (1952)

En una de las secuencias incluidas en el guion de “La voz de la primera plana”, Josiah Davenport, el sabio cronista interpretado por Herbert Heyes, se dirige al editor del periódico en el que trabaja, recordando unas palabras que pronunció en el siglo XVIII el político Edmund Burke ante el Parlamento británico mientras lanzaba una miraba muy intencionada a la galería de reporteros: “Existían tres poderes en el Reino, los obispos, los pares y los comunes. Allá está sentado un cuarto poder, mucho más importante de lo que son ellos ahora.

La voz de la primera plana”, dirigida y escrita por Samuel Fuller y producida por la United Artists, está dedicada al periodismo estadounidense, tal y como se indica expresamente en su prólogo. Y, desde luego, se trata de un título que en algo menos de ochenta minutos de duración, aporta una visión muy descriptiva y pormenorizada de los albores del periodismo norteamericano en el último tercio del siglo XIX.

Dotada de un ritmo trepidante, como sucede precisamente también con “Luna nueva” (otra gran película periodística), en la narración del filme se incluyen personajes y acontecimientos históricos que han tenido relevancia en el surgimiento de la prensa como potente maquinaria de influencia en las voluntades de los individuos. Desde su título original, Park Row, pasando por nombres propios como Horace Greely, Benjamin Franklin, Ottmar Mergenthaler o Joseph Pulitzer, hasta la mención a la financiación del pedestal de la Estatua de la Libertad (iniciativa que, a diferencia de lo indicado en la ficción, se debe atribuir realmente al propio Pulitzer).

Merece la pena detenerse en el excelente trío de intérpretes protagonistas y comentar un par de curiosas coincidencias en sus biografías. Gene Evans, tuvo que adelgazar trece kilos para poder dar vida al editor Phineas Mitchell, mientras que, por el contrario, la guapísima Mary Welch (la rival de Mitchell como editora de “The Star”, en esta su primera y única película) engordó veintitrés kilos para participar en la obra de teatro “Una luna para el bastardo” de Eugene O'Neill. Y, por otro lado, Mary Welch falleció con apenas treinta y cinco años el mismo día, mes y año que lo hacía el ya citado Herbert Heyes.

La voz de la primera plana” es cine exhaustivo en un metraje muy ajustado, en el que se da cabida a un periodismo puro, defensor de la idea de ser instrumento al servicio de la sociedad (recomendación, “Los archivos del Pentágono”), y nunca un medio que pueda servir de difusor de informaciones espurias que deriven en un insustancial amarillismo (la antológica, “El gran carnaval”).


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