“Lejos de los hombres” (2014)

Al comentar “Lejos de los hombres”, adaptación del relato corto de Albert Camus “El huésped”, se hace preciso hacer un breve repaso de algunas de las películas que se han inspirado en la imaginación del escritor argelino y, al hacerlo, la valoración que resulta en su conjunto no es muy brillante. Desde “El extranjero” de Luchino Visconti, hasta “El primer hombre” de Gianni Amelio (la novela autobiográfica que dejó inacabada), la calificación cinematográfica no deja de ser mediocre.

En el intervalo de las dos obras citadas, Luis Puenzo rodó “La peste”, cuya negativa evaluación final mereció que los críticos pusieran negro sobre blanco su sincera opinión. Ángel Fernández- Santos, uno de los mejores comentaristas especializados, resaltó en su día que “(…) lo que Puenzo intenta es pura y simplemente imposible. Él filma fielmente una cosa mientras Camus escribió otra, situada en una escuela de radicalidad y hondura infinitamente mayores.

He ahí el quid de la cuestión. Suscribiendo lo indicado por Fernández-Santos, lo que hace grande una adaptación es, por tanto, el mantenimiento del espíritu de lo escrito por el novelista, sin colorantes que puedan enturbiar la dignidad del texto original. Ejemplos excelsos los hay, cítense a este respecto “Dublineses (Los muertos)” de Huston, o “El gatopardo” del propio Visconti. 

El ejercicio que realiza David Oelhoffen, director y guionista de “Lejos de los hombres”, no deja de ser encomiable, pero la totalidad del trabajo no llega al grado de excelencia de los títulos indicados anteriormente por las fallas que se señalarán a continuación.

Sin lugar a duda las localizaciones utilizadas para el rodaje no pueden ser más idóneas: la imponente cordillera del Atlas en territorio marroquí, que es el mismo escenario que utilizara John Huston para filmar “El hombre que pudo reinar” (curiosamente, otra gran adaptación cinematográfica). La interpretación es sobria y correcta partiendo de una buena labor de reparto y con el liderazgo de la estrella contratada para la ocasión, Viggo Mortensen, implicado también en la producción. Y, por último, la acreditación de la música encomendada al polifacético Nick Cave y a Warren Ellis, es de una originalidad indiscutible.

Ahora toca adentrarse en el capítulo de los reparos, que serían principalmente dos. El primero de ellos se encuentra en la decisión de incluir en el guion un episodio desarrollado en una casa de citas, ya en las postrimerías del relato. El mencionado pasaje rompe, de alguna manera, la inercia de la fluidez narrativa centrada en un contexto y en un determinado conflicto moral, para venir a introducir otro ambiente y otro dilema, no resuelto además de la mejor forma teniendo en cuenta el perfil psicológico de Daru, el personaje principal.

La otra observación coincide con el planteamiento del epílogo, claramente opuesto al ideado por Camus. Éste, a diferencia de Oelhoffen, concluía definitivamente su texto de forma magistral haciendo un rotundo alegato acerca de la injusticia que se puede generar hacia sujetos de actitud noble y recta, por causa de la radicalización irracional y la ceguera de posiciones colectivas irremediablemente enfrentadas.

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