“Vida de perros” (1950)
A vueltas con la comedia
italiana, no debe dejar de olvidarse a un individuo nacido para el arte y el entretenimiento.
Paradojas del destino, su nombre no empezó a sonar en los círculos cinematográficos
hasta su tremenda interpretación dramática del padre Don Pietro Pellegrini, en
“Roma, ciudad abierta” de Roberto Rossellini. Se trata, efectivamente,
de Aldo Fabrizi.
“Vida de perros” está
dirigida al alimón por Stefano Vanzina, conocido artísticamente como Steno, y
Mario Monicelli (mucho calibre), pero si se hubiera añadido a Fabrizi, se
habría hecho justicia ya que muchísimas de las aportaciones provienen de su
experiencia en el mundo de la farándula. No en vano, figura en los títulos de
crédito como guionista junto con otros ilustres como Sergio Amidei y Ruggero
Maccari (así como en el apartado de la autoría de las canciones).
La película sirvió también de
rampa de lanzamiento de dos de los que serían pesos pesados de la actuación
italiana como Gina Lollobrigida y Marcello Mastroianni. Por si fuera poco, en
la labor técnica se encuentran algunos de los mejores profesionales de la
producción italiana, Nino Rota en la responsabilidad musical y, en la
fotografía, un futuro director con un estilo colorista extremadamente marcado,
Mario Bava.
Se ha constatado por muchos comentaristas
especializados, las semejanzas de este título de Steno y Monicelli, con el de Federico
Fellini y Alberto Lattuada, “Luces de variedades” y cuyo rodaje se desarrolló
en el mismo año. Sea como fuere, esta reseña va a añadir otra similitud, en
esta ocasión con otro artista español de similares características a Fabrizi:
Fernando Fernán Gómez. “Vida de perros” tiene mucho de dos grandes
trabajos del director español: “El mundo sigue” y “El viaje a ninguna
parte”.
En la primera se expone el tenso
conflicto de dos hermanas de extracción humilde por la elección del modo en el
que las mujeres se deben plantear las relaciones sentimentales y tiene, además,
un epílogo de idénticas circunstancias trágicas que en el caso del filme
italiano (aunque en el guion de Fernán Gómez sea a la inversa, y el destino
fatal recaerá sobre la muy honrada y sacrificada Lina Canalejas); por otro
lado, “El viaje a ninguna parte” relata las peripecias de un grupo de cómicos
de la legua en los bolos que van presentando en los distintos pueblos que
visitan.
Es digno de reseñar dos atinados
apuntes realizados en un minucioso e interesante artículo escrito por Antonio
Santamarina sobre “Vida de perros”, e incluido en una no menos didáctica
monografía de Mario Monicelli editada por el Festival de Cine de San Sebastián.
Uno de ellos se centra en describir la relación de Lollobrigida y Fabrizi como
una reedición del mito de Pigmalión; y, el otro, las reminiscencias de cine
negro norteamericano que surgen en la aparición del acaudalado y siniestro personaje
interpretado por Enzo Furlai (un alter ego de Edward G. Robinson, pero con una
testa más parecida a la de Yul Brynner). Es precisamente Furlai en un diálogo
con la bellísima Tamara Lees, y reconociendo sus propias limitaciones físicas, el
que pronuncia las siguientes palabras con la mirada baja: “En cuanto a ti,
el amor no me importa. No se puede amar a un hombre como yo. Pero casarse con
él, quizá sí.” Toda una filosofía de vida.
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