“Mendigos de la vida” (1928)

Sí, actrices con una arrolladora personalidad han proliferado de forma recurrente, sobre todo en la glamurosa época clásica norteamericana. Nombres como Marlene Dietrich, Katherine Hepburn, Greta Garbo, Bette Davis e incluso Ida Lupino (menos citada, pero de similar o incluso superior categoría profesional que las referenciadas), han estado y están en boca de todos. Algo que no ha ocurrido, sin embargo, con la cautivadora Louise Brooks. En este caso, la abrupta finalización de su corta carrera (precisamente por su fuerte carácter), tuvo mucho que ver.

William Wellman la dirigió en “Mendigos de la vida”, una estupenda película rodada en la época de transición del mudo al sonoro y a la que no se le da la repercusión que debería por los conspicuos comentaristas especializados. Tavernier y Coursodon, por ejemplo, no hacen mención alguna al respecto al tratar del director nacido en Massachusetts. Al menos, Andrew Sarris decidió marcar el título en cursiva en su obra acerca del cine americano, y esa particularidad ortográfica significa que lo considera un trabajo de especial interés en la filmografía del realizador. Pero nada más.

Volviendo a Brooks. Es precisamente su autobiografía, “Lulú en Hollywood”, la que aporta abundante información sobre “Mendigos de la vida” y, más concretamente, sobre los avatares del rodaje. En este sentido, describe sus escarceos con su doble (y la humillación a la que se ve sometida), los conflictos con Wellman (“¿Por qué odias hacer películas, Louise?”) o, incluso, los arriesgados paseos en el Packard descapotable negro conducido por Wallace Beery, la estrella que da relumbrón al filme (años después fue Shelley Winters la que se lució cuando acompañó a Burt Lancaster al inicio de su breve relación en otro vehículo similar)

En el libro de Brooks se detalla igualmente la presencia (y las vivencias) con la otra gran protagonista de esta producción de la Paramount, la imponente e inolvidable Locomotora 102. La fabulosa máquina, así como las espectaculares secuencias en las que aparece y que salpican la narración, son otro motivo adicional para sentarse a disfrutar de este soberbio regalo liderado por Wellman, pero cuyo resultado, más que satisfactorio, fue fruto de una actividad coral ejecutada con excelencia.   

El guion, de Benjamin Glazer, es adaptación de un drama teatral de Maxwell Anderson que, a su vez, había tenido como referencia las memorias de un auténtico vagabundo, Jim Tully. La huida a territorio canadiense planeada por la pareja de fugitivos interpretada por Brooks y Richard Arlen, recuerda de alguna manera la desesperada senda, con idéntico destino, que es seguida por Dell Parsons, el protagonista de la novela “Canadá” de Richard Ford, cuando decide dejar atrás el pasado ominoso que le cae como una losa.

Al año siguiente de interpretar “Mendigos de la vida”, Brooks sería reclamada por el director alemán Georg Wilhelm Pabst para protagonizar la mítica “La caja de Pandora” (curiosamente la primera opción había sido la Dietrich). Si la excusa para no complacerse con la maravilla que se reseña en estas líneas es la falta de tiempo, no puede esgrimirse la misma objeción para apreciar en algo menos de cinco minutos la fotogenia de nuestra querida Lulú en el vídeo ochentero que grabó el grupo Orchestral Manoeuvres In The Dark, de la canción que toma el título y algunos planos del trabajo de Pabst para tributarle un merecido homenaje a una artista que, además, no dudó en lucir un arriesgado pero extraordinario peinado (como hizo Veronica Lake en su día).

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Retrato de una dama" (1996)

“Amanecer” (1927) con interpretación musical del Trío Arbós & Friends

“Bright Star” (2009)