“El arte de vivir” (1965)

Brillante y refulgente película, tanto como lo es el propio apellido de su director y guionista, Julio Diamante. 

Abriéndose y cerrándose la narración entre dos soliloquios deshumanizantes de su protagonista, el intérprete italiano Luigi Giuliani, Diamante rueda una crónica social centrada sobre todo en el ámbito laboral y sentimental de la España de mediados de los sesenta del siglo veinte.

El blanco y negro utilizado ayuda a transmitir la lóbrega sensación de perseguir metas alcanzables, pero no culminadas, ya sea por los vaivenes del destino, por bajarse de los trenes de las oportunidades cuando el viaje no promete resultados inmediatos y, sobre todo, por una ambición desmesurada que se genera por la visualización del envidiable entorno que acompaña a Giuliani.

La ambientación es excelente, recurriendo Diamante a una localización inmejorable de unos exteriores que, como en muchas otras películas, no sólo ayudan a contextualizar la trama, sino que son auténticos documentos gráficos de corte histórico del Madrid de aquellos tiempos.

El elenco es sencillamente sublime, como casi todo el que utilizó Diamante en su corta filmografía. En esta ocasión, y al margen de Giuliani, los actores que intervienen proceden del teatro por lo que su solvencia está fuera de toda duda. Elena María Tejeiro, como enamorada y sacrificada novia; Juan Luis Galiardo, en un papel de calavera y canalla; José María Prada, liderando un negocio de ventas al por menor, y en el que uno de los directores es un joven Francisco Valladares, que empezaba a hacer sus pinitos y cuya personalísima voz e imagen le daría posteriormente una gran cantidad de apariciones en todos los géneros y medios escénicos. Curiosa, llamativa y sorprendente la breve irrupción de Don Antonio Buero Vallejo ejerciendo como diligente paterfamilias.

El arte de vivir” hace recordar a otra magnífica película de producción italiana y rodada cuatro años antes por un director de un estilo muy parecido al de Diamante, Ermanno Olmi. Me estoy refiriendo a “El empleo”, un filme muy recomendable, al igual que otro soberbio relato social de la misma época, “Rocco y sus hermanos” y en el que Alain Delon estaba doblado en la versión castellana precisamente por el propio Valladares.

No habiendo sido fecundo en su obra, Diamante ha dejado títulos de una calidad intachable como puede ser el anterior trabajo a éste que se comenta, “Tiempo de amor” o, por supuesto, “Los que no fuimos a la guerra” y, cómo no “La Carmen”, su peculiar versión de la creación de Prosper Mérimée en la que deja transparentar su pasión por el arte flamenco, como se espera de alguien que se sentía muy orgulloso del lugar donde nació: Cádiz.

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