“Pasos en la niebla” (1955)

Arthur Lubin, ¿Arthur Lubin? Sí, Arthur Lubin. Estadounidense, nacido en California en 1898 y fallecido en el mismo Estado en 1995. Pero, para lo que interesa aquí, es sobre todo para hacer notar que no sólo fue el primero que dio la primera oportunidad profesional a Clint Eastwood (como insisten en registrar todas sus semblanzas), si no para informar que la mochila que cargó durante toda su vida la fue llenando de todo tipo de trabajos en el mundo del espectáculo. Desde sus primeras incursiones como actor teatral y sus colaboraciones en televisión, hasta su larguísima filmografía como director y productor.

Pasos en la niebla” es un thriller centrado en la pacata época victoriana y se ubica en el tramo final de la carrera de Lubin, dos años antes de que dirigiera precisamente a Eastwood en “Escapada en Japón”. Mediante un luctuoso prólogo (una secuencia muy a lo John Ford), en el que se escenifica el entierro de una mujer a la que el espectador no tardará mucho en identificar, Lubin desarrolla el inquietante relato en torno a unos personajes muy subrayados con el trasfondo de un enigma que sólo se mantendrá secreto, hasta su resolución final, entre Lily (Jeanne Simmons) y Stephen (Stewart Granger).

Sin entrar al detalle de la extraordinaria labor interpretativa de todos los actores (principales y de reparto), toda la planificación técnica de la película, de producción británica y rodada en los estudios Shepperton, es sencillamente insuperable. El bien cuadrado guion firmado por Dorothy Reid y Lenore Coffee, a partir de una adaptación de Arthur Pierson de una breve narración de W.W. Jacobs (“The interruption”). La música del prolífico y prestigioso autor Benjamin Frankel (“Noche en la ciudad” o “La batalla de las Árdenas”). Y la colorista fotografía de Christopher Challis (“Arabesco”, “La vida privada de Sherlock Holmes”). Hay incluso una mención en los títulos de crédito para el diseño de vestuario de Granger, como no podía ser menos en un british film. Su responsable Elizabeth Haffenden.

La reiteración constante de planos en los que se visualiza el retrato de la finada durante el transcurso de “Pasos en la niebla”, sirve de excusa para hacer un breve repaso al misterio que causan dichos cuadros en algunos de los títulos más emblemáticos del cine en su período clásico. Curiosamente, en un intervalo de cuatro años, se producen “Laura”, “La mujer del cuadro” y “Jennie” cuya correspondiente efigie en cada uno de los lienzos refleja además los rostros de tres actrices de bandera: Gene Tierney, Joan Bennett y Jennifer Jones, respectivamente.

Pero no sólo en la pantalla, también en la literatura se encuentran obras en las que un retrato es el leitmotiv o punto de inflexión de la trama que se desarrolla. Por aquello de la alternancia, vamos ahora con el género masculino. Ahí está la perturbadora narración del escritor británico irlandés más provocador, “El retrato de Dorian Gray”; o la misma representación pictórica que Moser, el amigo pintor de Franz Trotta realizara del semblante de su padre, Joseph Trotta, barón de Sipolje, héroe de Solferino y Caballero de la Verdad, en la magnífica novela de Joseph Roth, “La marcha Radetzky”.

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