“El prado” (1990)
“La tierra es hermosa y se la
quiere pronto y para siempre. Es el único amor que por lo visto no se olvida.”
La frase forma parte del guion de
“Orgullo”, una película de 1955, dirigida por Manuel Mur Oti, y la
pronuncia Cándida Losada, que representa a una madre terrateniente, dirigiéndose
a su hija, cuyo papel escenifica Marisa Prado. Un filme de la cinematografía
española que conviene mencionar, para quede constancia del más que digno nivel
artístico alcanzado en aquellas fechas. Se trata de un relato acerca de las
rivalidades familiares surgidas desde antaño en torno a las lindes de las
respectivas propiedades.
“El prado” tiene también
mucho de eso. El realizador irlandés Jim Sheridan se responsabilizó de adaptar
la novela de John B. Keane, contando para ello con el propio escritor. Una
historia de la Irlanda de finales de la década de los cincuenta del siglo
veinte, y centrada en el conflicto que afronta una familia que se ve forzada a
abandonar el suelo en el que han vivido muchas de sus generaciones.
Rodadas muchas de sus escenas en los
verdes paisajes de los Condados de Galway, Kerry, Mayo y Wicklow, el principal
protagonismo recayó en dos grandes de la interpretación: un irlandés, Richard
Harris, y un británico, John Hurt. El trabajo desarrollado por los mismos realza
la labor del excelente elenco y tira con fuerza de la narración planteada por
Sheridan. Además de la aportación del citado dúo actoral, en la que el
personaje de Hurt recuerda en algo al Azarías de “Los santos inocentes”
de Delibes (curiosamente su apodo es Bird), no debe dejar de mencionarse
el apartado musical, nada menos que titularidad de Elmer Berstein.
Berstein, prolífico autor de
bandas sonoras, entre otras “El hombre del brazo de oro”, “Chantaje
en Broadway”, o “Los siete magníficos”, pertenece a ese grupo privilegiado
de músicos cuyo talento ha hecho encumbrar películas a partir de la brillantez
de las partituras que desarrollaron para tal menester. Sí, ahí igualmente
estarían Williams, Legrand, Mancini, Tiomkin, Morricone, Steiner, Barry, Rota
o, por qué no, todo un Prokófiev, por mencionar a algunos de ellos.
A efectos de deleitarse con la
figura de Berstein, es altamente recomendable acudir a la grabación de un
programa que se le dedicó en el espacio radiofónico “Sólo jazz”,
dirigido por Luis Martín. Un espacio en el que, además de degustar ese
maravilloso género musical, se hacen referencias de exquisito gusto a obras
literarias y cinematográficas.
El resultado del planteamiento
ofrecido por Sheridan hace que emerjan ciertas reminiscencias de la sublime
adaptación fordiana del relato de Maurice Walsh, “El hombre tranquilo”
y, en concatenación, del magnífico documental de José Luis Guerín, “Innisfree”
realizado coincidentemente el mismo año de producción de “El prado”, y
en el que se hace un periplo nostálgico por los lugares en los que se rodó el
título de Ford, esto es, la localidad de Cong y sus alrededores, incluyendo la
famosa taberna de Pat Cohan.
Ángel Fernández-Santos, uno de
los comentaristas que mejor ha sabido diseccionar el cine, incluyó en su libro
“Más allá del Oeste”, un detalle histórico en relación con las
componendas terrenales. En 1855, el jefe Seattle, de la tribu suwamish, al
conocer la oferta del entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin
Pierce, de comprar las extensiones en las que habitaba su gente, le dirigió un
mensaje oral (el debate permanece abierto respecto a la verdadera autoría y exactitud
del texto). El jefe indio, después de cuestionarse la iniciativa presidencial (“¿cómo
intentar vender el cielo, el calor de la tierra? La idea nos resulta extraña.”),
concluiría: “Si les vendemos nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos
amado, pues ni siquiera el hombre blanco está exento del destino común.”
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