“El gato” (1971)
“Amaos uno a otro, mas no hagáis del amor una prisión. (…)
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis solo en una. (…)
Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque vibren con la
misma música. (…)”
(“Del matrimonio”, incluido en el libro “El
Profeta” de Gibrán Jalil Gibrán)
La relación conyugal, sus
circunstancias y consecuencias. Eso es lo que aborda de forma inquietante “El
gato”. A partir de la novela del mismo título de George Simenon, el
director francés Pierre Granier-Deferre construye una de las mejores
recreaciones del elegante escritor belga, cuyo dandismo se acentuaba por haber
pipado con auténtica fruición (otro coetáneo que no le iba a la zaga fue Jaques
Tati)
Contando con la fantástica
interpretación de dos de los más importantes actores de la cinematografía gala,
Simone Signoret y Jean Gabin (gran amigo del propio Simenon), Deferre logra
aprovechar la extraordinaria vis dramática de ambos para transmitir el
desasosiego postrero generado por un largo y, ya en su final, rutinario
matrimonio.
Haciendo un repaso del
tratamiento de la cuestión en la cinematografía, cabe aludir algunos fogonazos
conflictuales análogos. Tenemos a Rossellini con “Te querré siempre” (inolvidables
Ingrid Bergman y Sanders). De su guion extraer dos botones de muestra en boca
de Katherine, el personaje interpretado por la sueca: “Es verdad. Después de
ocho años de matrimonio, parece como si no nos conociésemos.”; y “Desde
que nos casamos, no habíamos estado tanto tiempo solos.”. Recordar, asimismo,
otro apellido Bergman, pero este es el del director de nombre Ingmar, en cuya
película “Secretos de un matrimonio”, hay un comentario de Jan Malmsjö,
en su papel de Peter, cuando en un episodio de lacerante violencia verbal concluye:
“August Strindberg dijo en alguna parte: Me pregunto si habrá algo más
terrible que un hombre y una mujer que se detesten.”
En “El gato”, igualmente,
se puede encontrar una frase espantosa de la decadente Clémence (Signoret) en
su caída vertiginosa al territorio de la desesperanza y la pérdida absoluta de
cualquier afectividad: “Debería haber una ley: Prohibición absoluta de vivir
junta a la gente que ya no se ama.”
Pero no todo es un averno. Sí, por
supuesto, en todo matrimonio los episodios desagradables se dan y, si bien,
muchos desembocan lamentablemente en catástrofe, en otros casos se pasan por
ellos y, a su salida, la unión se refuerza tornando el carácter pasional del
inicio, en la maduración del reconocimiento recíproco y cómplice en cuanto a
los logros alcanzados. Esta transición, este camino que, en definitiva, es la
clave para descifrar el sentido de la vida (léase a Víctor Frankl), se puede
apreciar, ya puestos, en la maravillosa “Dos en la carretera”, con la
sempiterna melodía de Mancini realzando los fotogramas de esa historia no
lineal de dos almas inseparables. Y, también en la fabulosa y arrebatadora “Matrimonio
a la italiana”, de De Sica (con dos intérpretes soberanos que congeniaban a
la perfección, la Loren y Mastroianni).
Finalmente, y para terminar de la
misma forma a como se inician estos comentarios, es decir, con el género
literario más humanista, señalar que esa senda referida (muy similar en sus etapas
a los tramos fluviales) se encuentra en uno de los grandes clásicos de las
letras rusas, “Felicidad conyugal”, de Tolstoi. Masha, María
Alexándrovna, la protagonista y narradora, cierra el relato con esta confesión:
“El sentimiento de antaño se convirtió en un recuerdo querido e irrevocable,
y el nuevo sentimiento de amor por mis hijos y por el padre de mis hijos sentó
el comienzo de otra vida, feliz de manera absolutamente distinta, una vida que
aún no he terminado de vivir en este momento…”
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