“Memorias de un inquilino” “Historia de un vecindario” (1947)

Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres.” (Pitágoras).

Qué lujo poder disfrutar del CINE en el cine. Me refiero a cuando algunas salas (exceptuando las filmotecas nacionales) tienen a bien proyectar auténticas obras de arte de difícil visualización cuando ya ha transcurrido un tiempo considerable desde su producción y, sobre todo, sabiendo que tal decisión no se traducirá en suculentos ingresos de taquilla.

Memorias de un inquilino”, o también “Historia de un vecindario” de Yasujiro Ozu, es uno de esos títulos que visto en formato de pantalla grande (para el que realmente fue creada), supone una de esas experiencias que no debe dejarse pasar si el interés artístico va en la búsqueda constante de la exquisitez.

Fiel a su estilo, Ozu reclama una vez más la atención del espectador para contarle una historia. Una breve y sencilla historia aplicando la misma sobriedad técnica, sin rebuscamientos, mediante la economía de los diálogos y cargando la narración en la infinita riqueza de las imágenes. 

Una vez más, se puede apreciar la consabida y siempre llamativa colocación de la cámara en los interiores a la altura de la cabeza de un perro, exigencia requerida por la costumbre nipona de sentarse en el suelo durante las tareas domésticas. Encuadres perfectos, progresión del drama utilizando el plano y el contraplano en la intervención actoral y, finalmente, la transición de secuencia a secuencia de la manera más sutil posible. Una demostración de elegancia en la puesta en escena.

Desvelar el argumento no es un rasgo precisamente empático, por tanto, no se alude en esta reseña ni de refilón, ya que el filme es para ir desgranándolo y paladeándolo fotograma a fotograma, apreciando también la templanza del tempo, que es otro sello característico de Ozu.

Pero si algún momento merece destacarse de “Memorias de un inquilino” es el relato dentro del relato. Un momento sublime de conjunción de los intérpretes en el que Tashiro, el personaje interpretado por Chishu Ryu (actor predilecto de Ozu), entona una fábula romántica acompañado por el elenco con una peculiar y graciosa percusión. Es de esos momentos álgidos que enriquecen los guiones, como lo era, igualmente, la celebración del cumpleaños de un personaje centenario en “La bella Magie”, de Alexander Mackendrick.

En definitiva, una oportunidad para no desaprovechar. CINE puro, en el cine.

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