“La fragata infernal” (1962)
“Todos obedecen con gusto, cuando el que manda es justo.” (Refrán castellano)
Ustinov es autor de la interesante
novela “El perdedor”, sobre el ascenso y caída de un joven hitleriano en
su periplo por tierras europeas, sobre todo, por Italia, cuando las tropas
alemanas recalaron en dicho territorio. De su bibliografía hay que destacar,
igualmente, la escritura de una original e ingeniosa obra teatral sobre la que
pudiera haber sido la última composición de Beethoven (“La décima”).
“La fragata infernal” fue
su opera prima como director cinematográfico, así como también el debut en el
mundo actoral de Terence Stamp, nada menos que como protagonista del filme. Se
trata de una magnífica adaptación de la novela de Herman Melville, “Billy
Budd”, un relato marinero en el que se mezcla el compañerismo con el
autoritarismo, y la libertad con la esclavitud, todo ello en el asfixiante espacio
de una nao.
El director británico de origen
ruso logra recrear el libro de Melville de forma muy brillante, transmitiendo
la sinrazón del triunfo de una injusticia, en pro del mantenimiento de un orden
establecido e inalterable a cualquier situación, incluso en aquella en la que
se manifestara una leve duda que pudiera resultar beneficiosa para el individuo
enjuiciado. Es, precisamente, la secuencia de los oficiales deliberando en el
improvisado consejo de guerra, cada uno con distintos argumentos, un punto
álgido de la trama y recuerda al clásico “Doce hombres sin piedad” de
Sidney Lumet.
Tirando del elenco interpretativo
y arropando a Stamp dos portentos de la escena como Melvyn Douglas y Robert
Ryan (intachable éste en su representación del malvado John Claggart). El
responsable de la fotografía fue Robert Krasker (“El tercer hombre”, “Breve
encuentro”), y en el guion participó nada menos que Robert Rossen. Las
exigencias y dificultades del rodaje hacen que merezca destacarse a todo el
equipo técnico que trabajó para que saliera adelante esta gran película.
El trasfondo argumental de “La
fragata infernal”, al que se ha aludido, hace que la memoria recuerde a otros
ilustres personajes fílmicos que se asemejan a Billy Budd en la defensa de la
verdad y la revelación de la impostura. Nombres como el del coronel Dax (Kirk
Douglas, en “Senderos de gloria”), Atticus Finch (Gregory Peck, en “Matar
un ruiseñor”), Ed Horman (Jack Lemmon, en “Desaparecido”), o Jeffrey
Wigand (Russell Crowe, en “El dilema”), entre otros.
Reminiscencias y puntos en común se
encontrarían, asimismo, en “La ley del silencio” de Elia Kazan. El
sometimiento del grupo a través de la amenaza manifiesta o encubierta, y la
cobardía de no denunciar la mentira por no perder un estatus que retrata el
egoísmo más recalcitrante en detrimento de la solidaridad del conjunto. En este
sentido, Marlon Brando, en su papel de Terry aumenta la nómina de hombres
justos referida con anterioridad, cuando redimido por el amor y la entrega de
Eddie (Eva Marie Saint), decide cortar los lazos con la autoridad ciega e
irracional del entramado de poder que controla la logística de un puerto.
“Con una mentira suele irse
muy lejos, pero sin esperanzas de volver.” (Proverbio judío).
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