“Una historia verdadera” (1999), con interpretación musical de Joana Serrat

Música en directo y cine del bueno. Joana Serrat y David Lynch. David Lynch y Joana Serrat. El mejor David Lynch y el buen gusto melódico de Joana Serrat. Acordes muy apropiados para acompañar algunas de las imágenes sublimes de un relato que cuenta no una, sino dos historias verdaderas. Una, la de Alvin Straight (la que se narra) y la otra, por supuesto, la del actor que asume su papel, Richard Farnsworth (su propia vida y su canto del cisne)

La historia del septuagenario Straight comienza cuando decide ponerse en camino con su cortacésped para visitar a su hermano enfermo. Todo un arranque indubitado de lo que debía hacer, ineludible y obcecadamente, aun cuando la empresa supusiera cruzar el continente. A su edad, y en aquella época, levantarse de la cama, realizar pequeñas tareas domésticas y contemplar la vida pasar, hubiera sido ejercicio suficiente para llenar y encadenar sus monótonos días. Sin embargo, sabía que la finitud de su existencia estaba cada vez más próxima; y, sobre todo, era consciente de que lo mejor que le había ocurrido fue crecer y convivir con una persona con la que había compartido jornadas inolvidables. Fue feliz con él, pero las desavenencias surgidas de esa acentuada y reiterada proximidad desembocaron en un violento enfrentamiento y en una amarga distancia entre ambos. Cuando miró atrás (con la mirada que sólo puede dar la experiencia) sólo entendió una cosa: que antes de desaparecer quería encontrar la paz que se truncó y devino en alejamiento, y que para ello no había otra solución que buscar, al menos, la cercanía de alguien que significó tanto para él.

La otra historia es la de Richard Farnsworth. Un actor discreto en su carrera interpretativa, pero con una lucidez absoluta en cuanto a su modus vivendi, que no era otro que actuar siempre con plena libertad. Dicha forma de desenvolverse, así como el temple exhibido en su actuación se traslució de manera más que notable en el propio filme, y esa aportación personal y natural de Farnsworth, hace que este título de Lynch sea uno de los trabajos más redondos dentro de su filmografía. La escena en el bar entre Farnsworth y Wiley Harker, dos veteranos de guerra que rememoran dramáticos episodios, es uno de los puntos álgidos de la narración y evoca reminiscencias de “Los mejores años de nuestra vida” de William Wyler.

Al lado de Farnsworth, para darle la oportuna réplica, una adorable Sissy Spacek en el papel de hija, cuya tartamudez esconde un secreto afectivo que será finalmente desvelado. Y para rematar todo, un magnífico epílogo para el recorrido completado. Sin desentrañar nada de dicho pasaje, la irrupción postrera y brevísima de la figura de Harry Dean Stanton, describe perfectamente el carácter emocional de un reencuentro tan inesperado, como sorprendente en su ejecución.

Hay un momento en el guion firmado por John E. Roach y Mary Sweeney, en el que Alvin Straight se pronuncia: “Este viaje es duro y significa tragarme mi orgullo y solo espero no llegar tarde. Un hermano es un hermano.” Ojalá todos supiésemos reaccionar de la misma manera, dándonos cuenta y reconociendo las muchas diferencias que nos separan de los demás y la imposibilidad de revertirlas para, a partir de ahí, hacernos grandes en el encuentro. Algo de esto es lo que se lee en la muy recomendable novela de Sándor Márai titulada, precisamente, “El último encuentro”:

“Puedes tenerlo todo en la vida, puedes vencerlo todo a tu alrededor y en el mundo, todo te lo puede dar la vida y todo se lo puedes arrebatar, pero nunca podrás cambiar los gustos, las inclinaciones, los ritmos vitales de una persona en concreto, esa peculiaridad, esa cualidad de ser propia y distinta que caracteriza a la persona que te importa, a la persona con quien tienes que ver.”

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